11 octubre 2012

Brevísima relación de la destrucción de las Indias por Fray Bartolomé de las Casas

El texto completo sólo tienen doce páginas. El breve recuento que hace De las Casas de la destrucción de las Indias en el Caribe es muy ilustrativo. Transcribimos una historia menos contada. La matanza de los indios en Cuba.

DE LA ISLA DE CUBA

El año de mil y quinientos y once pasaron a la isla de Cuba, que es como dije tan larga como de Valladolid a Roma (donde había grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las maneras susodichas y mucho más y más cruelmente. Aquí acaecieron cosas muy señaladas. Un cacique y señor muy principal, que por nombre tenia Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades y inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, y dándole nuevas ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos, juntó mucha de toda su gente y díjoles: "Ya sabéis cómo se dice que los cristianos pasan acá, y tenéis experiencia cuáles han parado a los señores fulano y fulano y fulano; y aquellas gentes de Haití (que es la Española) lo mismo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?" Dijeron: "No; sino porque son de su naturaleza crueles y malos." Dice él: "No lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran y quieren mucho y por haberlo de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuzgar y nos matan." Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas y dijo: "Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece areítos (que son bailes y danzas) y quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal." Dijeron todos a voces: "¡Bien es, bien es!" Bailáronle delante hasta que todos se cansaron. Y después dice el señor Hatuey: "Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este río." Todos votaron que así se hiciese, y así lo echaron en un río grande que allí estaba.
Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos que llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conocía, y defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua y cruel y se defendía de quien lo quería matar y oprimir hasta la muerte a sí y toda su gente y generación, lo hubieron vivo de quemar. Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, santo varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, y si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios y nuestra fe ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias.
Una vez, saliéndonos a recibir con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados allá, nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida con todo lo que más pudieron; súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos y meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres y niños. Allí vi tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron ver.
Otra vez, desde a pocos días, envié yo mensajeros, asegurando que no temiesen, a todos los señores de la provincia de la Habana, porque tenían por oídas de mi crédito, que no se ausentasen, sino que nos saliesen a recibir, que no se les haría mal ninguno (porque de las matanzas pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice con parecer del capitán; y llegados a la provincia saliéronnos a recibir veinte y un señores y caciques, y luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro que yo les había dado, y los quería quemar vivos otro día diciendo que era bien, porque aquellos señores algún tiempo habían de hacer algún mal. Vime en muy gran trabajo quitarlos de la hoguera, pero al fin se escaparon.

Después de que todos los indios de la tierra de esta isla fueron puestos en la servidumbre y calamidad de los de la Española, viéndose morir y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes; otros, a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse maridos y mujeres, y consigo ahorcaban los hijos; y por las crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se ahorcaron más de doscientos indios. Pereció de esta manera infinita gente.
Oficial del rey hubo en esta isla que le dieron de repartimiento trescientos indios y a cabo de tres meses había muerto en los trabajos de las minas los docientos y setenta, que no le quedaron de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más, y también los mató, y dábanle más y más mataba, hasta que se murió y el diablo le llevó el alma.
En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños. Otras cosas vi espantables.
Después acordaron de ir a montear los indios que estaban por los montes, donde hicieron estragos admirables, y así asolaron y despoblaron toda aquella isla, la cual vimos ahora poco ha y es una gran lástima y compasión verla yermada y hecha toda una soledad.
Tomado de Brevísima relación de la destrucción de las Indias

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