11 octubre 2012

Cartagena, 520 años sin identidad

La historia nunca es objetiva, la cuenta un sujeto con intereses, cultura, visiones y pasiones.  La historia nuestra, la que nos contaban los libros de escuela tampoco fue  imparcial, nos enseñaron a sentir orgullo por el día de la raza, por el día del descubrimiento de América, por haber sido civilizados por los españoles.  

Después del aniversario 500 de esta fecha las cosas cambiaron, cientos de intelectuales y miles de jóvenes en América se levantaron para decir: No hubo descubrimiento, hubo colonización, conquista y despojo.

Es posible que todos olvidemos, o que nos deje de importar de dónde venimos, pues finalmente somos un pueblo que construimos país, sin construir nación.  Y estamos además en una ciudad que construye Estado sin construir ciudadanía.

Esta ciudad, Cartagena, no fue heroica solo por que Bolívar le puso el nombre; lo fue porque desde el inicio de la conquista combatió con fiereza a los españoles que durante 30 años intentaron infructuosamente fundar una ciudad aquí, que era vital para ellos pues les permitía ingresar a las indias continentales a buscar las grandes riquezas y tesoros soñados e imaginados.

Cuando la Reina Isabel recibió informes de que estaban diezmando los indios en la Española, prohibió su caza como esclavos en toda América, excepto en la Bahía de Cartagena, pues eran tildados por los conquistadores de peligrosos y canibales. Por eso había carta abierta para incursionar y cazar en estas tierras. No existe una referencia histórica de cuantas veces fue atacada la Isla de Codego (Tierra Bomba) para embarcar indígenas a trabajos forzados a las Islas del Caribe. 

Esto explica por qué cuando llegó Pedro de Heredia ya no hubo tantas luchas y fueron vencidos. Unos fueron atacados, otros doblegados, otros engañados.  Hoy por hoy, de las numerosas comunidades, y de los cientos de miles de nativos que habitaron estas tierras por milenios no queda ninguna población primitiva. Los Mocanaes, de la familia Caribe fueron exterminados.

Hace un tiempo quise conocer su legado, y descubrí que nuestro Museo del Oro solo conserva piezas de los pueblos Zenúes (vecinos nuestros), porque de los Calamaríes (kar-mairi), canapotes, Karex, Bahaire, Cocó, Matarapa, Cospique, Albornoz, Zamba, y de tantísimos otros que poblaban esta región no quedó ningún objeto visible (ni oro, ni cerámica, ni textil, ni herramientas, nada).

Luego, al leer con más profundidad comprendí que los Caribes no murieron totalmente, que su patrimonio, aunque no lo reconozcamos, es intangible y permanece en nuestros actos cotidianos, en nuestras costumbres, en nuestra alimentación, en nuestra forma de ser, en nuestra lengua.  Lo complicado, es que no lo identifiquemos, que aún pensemos que existan razas puras.  
Como decía hace poco el profesor Enrique Muñoz en una charla sobre legado afrodescendiente, somos multiétnicos, pues ni los españoles eran blancos puros, ya que ellos traían consigo siglos de mestizaje.

Mas ahora, hacer un llamado a las purezas culturales no tienen ningún sentido, cuando finalmente el objetivo debe ser construir ciudad, sentirnos partes de un proyecto común que sea más justo e incluyente, donde las diversidades se reconozcan, se respeten y sirvan para potenciar procesos de desarrollo. 

Espero que llegue el día, en el que al llegar el 12 de octubre, hagamos eventos públicos donde nos reconozcamos mutuamente las herencias.  Pues ser Caribes, como lo somos, no solo es ser afrodescendiente, ni mestizado con blancos, es ser descendiente de un bravo pueblo de guerreros y navegantes, que vivían desnudos, que pintaban sus cuerpos, que comían bollos de maíz, hacían chicha, recolectaban chipi-chipis y cangrejos, dormían en hamacas y convivían con sus muertos.  
Por: Jazmín Piedrahita.

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