“Yo creo que
la Polilla era yo”
Foto: José Paternina |
Pedimos disculpas, al maestro y a Ricardo, por no haberlo publicado antes... Son las dinámicas inevitables de un medio como el nuestro, que funciona sin presupuesto, y que obliga a tantas cosas urgentes, que van diluyendo el momento ideal para hacerlo.
En esta semana que se celebran las fiestas de noviembre nuestro Maestro celebra su cumple años. Es nuestra forma de decirle: Maestro, Feliz Cumpleaños.
- ¡Ey! ven acá, ¿me vas a
entrevistar así a palo seco?- decía el maestro un tanto sonriente, haciéndose
el despistado para pedir una cerveza.
Es un tipo menudo y bajito,
que de entrada me hace recordar a “Lavoe”, porque es uno de esos tipos que “de
frente parecen que están de lao´”. Mientras lo esperaba escuchaba sus historias
jocosas, entre esas, sus quejas por la impuntualidad al pagar los servicios
públicos, por ejemplo.
Verlo ahí, en la puerta de la
Reculá del Ovejo, encaramado en una butaca, es un ejercicio de cuidado, nadie
se imagina que es un curtido hombre de teatro, parte y abanderado de una
generación hermosa de hombres cercanos a la vanguardia europea e hijos de un
geniecillo español, precursor de las bellas artes en la ciudad, sin embargo lo
es y no alardea, parece como si aun no fuera consciente de su proeza o, tal
vez, la causa esté en su cuidado para con la jactancia, pues el solo atina a
ruborizarse, le apena profundamente, por ejemplo, que su maestro Peñalver, el
geniecillo, le llamara "Aristóteles" en una dedicatoria de un libro
obsequiado.
Para hablar con el Maestro tan
solo se necesita, como requisito apelable, el saber saludar y él, de inmediato,
sabrá hacer todo lo demás; es un tipo hablador que genera empatías con su
discurso y hasta un halo paternal que envuelve, como dice él mientras se
refiriere a “La polilla”, en la magia del Flautista de Hamelin.
Aun hay en él rasgos vivos de esa generación divina, que sin creerlo de a mucho, respiraba la juventud, la rebeldía y la altivez de aquellos días de efervescencia política y filosófica; lo de cambiar el mundo ya lo ha olvidado un poco, pero insiste, a modo de reminiscencia, en fortalecer sus talleres de títeres.
Nos hemos dedicado a hacer
esta entrevista a propósito de su “Homenaje a los maestros ausentes”, donde la Asociación de Teatristas rindió un homenaje a sus amigos Jaime Díaz y Humberto Sierra, fallecidos y
olvidados personajes del teatro cartagenero.
- Antes que nada voy a preguntarle sobre música… ¿Aún le va a tocar el
violín?
Foto: Josef Paternina |
Yo estudie 5 o 6 años de música e
iba a ser un genio, pero se me atravesó el teatro; de hecho yo fui primer
violín de la orquesta infantil y juvenil, y aquí había, en ese momento, tres
jóvenes, entre ellos Carlos Villa, quien del grupo término siendo un violinista
de fama mundial, William Pulido era el otro quien, como yo, no continuo y
Alfredo Camacho, quien es en este momento el primer violín de la orquesta
sinfónica del Valle.
Pero en el año 57, siendo
gobernador Eduardo Lemaitre, vino de París un español que se llamaba Juan de
Peñalver, para que fundara la escuela de bellas artes, ya que solo había
música. A partir de ese momento se empezó a llamar Instituto Musical y de
Bellas Artes.
-¿En qué condiciones venía?
El estaba exiliado en París.
Peñalver era un personaje maravilloso, porque él era un trotamundos, un artista
muy bueno, a quien le toco huir de la guerra civil en España; el vino huyéndole
a eso, a la persecución en la época franquista.
Fue amigo de Albert Camus,
Fellini, Rilke… eso lo había llevado a estar nutrido de la cultura europea y de
vanguardia, lo cual terminó transmitiendo a nosotros.
- Luego de ese momento introductorio, aparece su primer texto que fue “Con la espalda al sol”, que de hecho se
presento en una graduación del Liceo de Bolívar, dirigida por quién en ese
tiempo era casi una estrella del teatro, Carlos Alies. ¿Cómo eran esos primeros
pasitos en el teatro?
Bueno, lo que ocurre es que con Peñalver - yo
estudiaba música, como te digo- entonces por las noches que eran las clases de teatro,
en la escuela, que era muy pequeña, los que estudiaban artes plásticas también
estaban en el coro; hacían sus pinitos en música, en guitarra, flauta; por eso
los que estábamos en teatro también estudiábamos música y viceversa. Yo en
particular empezaba a escribir cuentos y otras cosas, y Peñalver nos hacia un
taller de literatura gramática, al cual asistía un grupo interesante de
personas: estaba Bor Torres, que era un escritor joven nadaista, estaba Alan
Orlando Muñoz, que era un actor chileno que vivía aquí, estaba también Luis
Fernando Luis Borras, también nadaista, estaba Jose Eustiquio Leal, escritor y
estaba yo.
Entonces Peñalver era muy severo
y muy jodido; yo tengo un libro, que por cierto a mí me da pena mostrar, porque
él dice una cosa ahí bastante grandilocuente, el dice “para Alberto Llerena, el
futuro Aristóteles del teatro en Colombia…”, ( suelta una carcajada) cosa que
yo por su puesto no creo, pero él vio tal vez en mí, algunas facultades para el
teatro y por esta razón le cogí mucho cariño: me prestaba libros y me introdujo
en el gran teatro español clásico… Lope de Vega, Calderón de la Barca y García
Lorca, a quien profesaba su amor profundo desmenuzando su obra con habilidad.
-¿Para este momento cuál era la posibilidad de teatro que a usted le
seducía?
Foto: Josef Paternina |
-¿Y de qué trataba “Con la espalda al sol”?
Tenía buenas intenciones. Trata
sobre los problemas de la violencia en el campo, quizás porque en esa época era
un tema fundamental, dada las condiciones de la guerra liberal – conservadora.
-Peñalver, luego de la guerra civil, decidió volver a Europa a visitar
sus amistades, estando en esas se encontró con el “Teatro del absurdo” ¿qué
paso cuando volvió?
Trajo El Rinoceronte de Ionesco.
Vino con una emoción muy grande. A estas alturas nosotros nos teníamos ni idea
de lo que era el “Teatro del absurdo” y ni idea de quién era Ionesco; y él, que
era un gran actor, leyó todos los personajes. Sobre todo porque El Rinoceronte
es una obra muy actual, por cuanto trata de la masificación del hombre, lo que
ahora llaman la globalización, en la que se pierde algo de la identidad de cada
pueblo. Y trata sobre un personaje que un día se mira al espejo y nota que le
ha salido un cuerno y sale preocupado de su casa después de afeitarse, para
darse cuenta que en la calle todo el mundo tiene un también un cuerno, como un
rinoceronte, entonces viene el problema en toda la ciudad, una ciudad X, en la
que todos se han transformado en rinocerontes; como una metáfora de la
globalización.
Entonces el vino entusiasmado
explicando lo que era el absurdo: que no era un teatro con un argumento
determinado, si no que era un teatro empeñado en contar cosas, sin contar una
historia aparente, que además tenía lógicas oníricas y algunas vainas del
surrealismo, pero que, sobre todo, tenía mucho que ver con la realidad, cosa
que a nosotros nos impacto mucho. Y bueno, yo pienso que ahí fue que dije que
lo mío era el teatro.
Incluso, como es lógico, se me
vino encima el problema de la familia. Yo tenía que estudiar algo y tenía que
salir de aquí (Cartagena) para poder estudiar lo que yo quería, porque de todas formas las familias son
tradicionales y piensan que uno se va a morir de hambre; Y si es cierto que se
pasan dificultades, pero no me he muerto de hambre porque puedo decir que he
vivido del teatro. Entonces me tuve que ir a Medellín a estudiar sociología.
Continúa la segunda parte...
Continúa la segunda parte...
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