04 noviembre 2012

Entrevista a Alberto Llerena, el maestro (Parte I)

“Yo creo que la Polilla era yo”
Por Ricardo Contreras
Comunicador Social, amigo, colaborador de nuestro proyecto de divulgación Cultural

Foto: José Paternina
La presente entrevista es el fruto del diálogo ameno y fluido entre el carismático Maestro Alberto Llerena y un amigo nuestro, Ricardo Contreras, Comunicador Social, a quién le pedimos la importante tarea de recoger un perfil de este magnífico hombre de Teatro, quién es literalmente no solo una leyenda viviente, sino un maravilloso e inteligente ser humano, al que la ciudad le debe un tributo en vida por todo el aporte al arte dramático y a la cultura de nuestra ciudad. No queríamos esperar a que los impresos fúnebres nos hicieran reflexionar  sobre su enorme legado.
Pedimos disculpas, al maestro y a Ricardo, por no haberlo publicado antes... Son las dinámicas inevitables de un medio como el nuestro, que funciona sin presupuesto, y que obliga a tantas cosas urgentes, que van diluyendo el momento ideal para hacerlo. 
En esta semana que se celebran las fiestas de noviembre nuestro Maestro celebra su cumple años.  Es nuestra forma de decirle: Maestro, Feliz Cumpleaños.


- ¡Ey! ven acá, ¿me vas a entrevistar así a palo seco?- decía el maestro un tanto sonriente, haciéndose el despistado para pedir una cerveza.

Es un tipo menudo y bajito, que de entrada me hace recordar a “Lavoe”, porque es uno de esos tipos que “de frente parecen que están de lao´”. Mientras lo esperaba escuchaba sus historias jocosas, entre esas, sus quejas por la impuntualidad al pagar los servicios públicos, por ejemplo.

Verlo ahí, en la puerta de la Reculá del Ovejo, encaramado en una butaca, es un ejercicio de cuidado, nadie se imagina que es un curtido hombre de teatro, parte y abanderado de una generación hermosa de hombres cercanos a la vanguardia europea e hijos de un geniecillo español, precursor de las bellas artes en la ciudad, sin embargo lo es y no alardea, parece como si aun no fuera consciente de su proeza o, tal vez, la causa esté en su cuidado para con la jactancia, pues el solo atina a ruborizarse, le apena profundamente, por ejemplo, que su maestro Peñalver, el geniecillo, le llamara "Aristóteles" en una dedicatoria de un libro obsequiado. 

Para hablar con el Maestro tan solo se necesita, como requisito apelable, el saber saludar y él, de inmediato, sabrá hacer todo lo demás; es un tipo hablador que genera empatías con su discurso y hasta un halo paternal que envuelve, como dice él mientras se refiriere a “La polilla”, en la magia del Flautista de Hamelin.

Aun hay en él rasgos vivos de esa generación divina, que sin creerlo de a mucho, respiraba la juventud, la rebeldía y la altivez de aquellos días de efervescencia política y filosófica; lo de cambiar el mundo ya lo ha olvidado un poco, pero insiste, a modo de reminiscencia, en fortalecer sus talleres de títeres.

Nos hemos dedicado a hacer esta entrevista a propósito de su “Homenaje a los maestros ausentes”, donde la Asociación de Teatristas rindió un homenaje a sus amigos Jaime Díaz y Humberto Sierra, fallecidos y olvidados personajes del teatro cartagenero.

- Antes que nada voy a preguntarle sobre música… ¿Aún le va a tocar el violín?
Foto: Josef Paternina
No, mira, yo a los 9 o 10 años estuve estudiando música, (el lugar) quedaba en la calle del Coliseo, frente a los antiguos almacenes Mogollón y al lado de Discos el Güiro, que era propiedad del maestro Pedro Laza; es más, un hijo del maestro, Javier, estudio conmigo música: Yo estudiaba violín y si mal no recuerdo Javier estudiaba piano, entonces éramos “llaves”.
Yo estudie 5 o 6 años de música e iba a ser un genio, pero se me atravesó el teatro; de hecho yo fui primer violín de la orquesta infantil y juvenil, y aquí había, en ese momento, tres jóvenes, entre ellos Carlos Villa, quien del grupo término siendo un violinista de fama mundial, William Pulido era el otro quien, como yo, no continuo y Alfredo Camacho, quien es en este momento el primer violín de la orquesta sinfónica del Valle.
Pero en el año 57, siendo gobernador Eduardo Lemaitre, vino de París un español que se llamaba Juan de Peñalver, para que fundara la escuela de bellas artes, ya que solo había música. A partir de ese momento se empezó a llamar Instituto Musical y de Bellas Artes.
-¿En qué condiciones venía?
El estaba exiliado en París. Peñalver era un personaje maravilloso, porque él era un trotamundos, un artista muy bueno, a quien le toco huir de la guerra civil en España; el vino huyéndole a eso, a la persecución en la época franquista.
Fue amigo de Albert Camus, Fellini, Rilke… eso lo había llevado a estar nutrido de la cultura europea y de vanguardia, lo cual terminó transmitiendo a nosotros.
- Luego de ese momento introductorio, aparece su primer texto que fue “Con la espalda al sol”, que de hecho se presento en una graduación del Liceo de Bolívar, dirigida por quién en ese tiempo era casi una estrella del teatro, Carlos Alies. ¿Cómo eran esos primeros pasitos en el teatro?
 Bueno, lo que ocurre es que con Peñalver - yo estudiaba música, como te digo- entonces por las noches que eran las clases de teatro, en la escuela, que era muy pequeña, los que estudiaban artes plásticas también estaban en el coro; hacían sus pinitos en música, en guitarra, flauta; por eso los que estábamos en teatro también estudiábamos música y viceversa. Yo en particular empezaba a escribir cuentos y otras cosas, y Peñalver nos hacia un taller de literatura gramática, al cual asistía un grupo interesante de personas: estaba Bor Torres, que era un escritor joven nadaista, estaba Alan Orlando Muñoz, que era un actor chileno que vivía aquí, estaba también Luis Fernando Luis Borras, también nadaista, estaba Jose Eustiquio Leal, escritor y estaba yo.
Entonces Peñalver era muy severo y muy jodido; yo tengo un libro, que por cierto a mí me da pena mostrar, porque él dice una cosa ahí bastante grandilocuente, el dice “para Alberto Llerena, el futuro Aristóteles del teatro en Colombia…”, ( suelta una carcajada) cosa que yo por su puesto no creo, pero él vio tal vez en mí, algunas facultades para el teatro y por esta razón le cogí mucho cariño: me prestaba libros y me introdujo en el gran teatro español clásico… Lope de Vega, Calderón de la Barca y García Lorca, a quien profesaba su amor profundo desmenuzando su obra con habilidad.
-¿Para este momento cuál era la posibilidad de teatro que a usted le seducía?
Foto: Josef Paternina
Cuando se acaba la escuela de teatro, queda Carlos Alies, que era su alumno estrella, siempre era la figura en las obras de teatro… Yo nunca actué con Peñalver, mi idea era ser director y dramaturgo, pero siempre estaba por los lados ayudando, llevando palos, pintando y cargando  escenografía, tú sabes, cosas que uno hace en teatro. Entonces cuando él se fue, quedo Carlos al frente del grupo de compañeros, y por esta razón el grupo se llama “La banca”, como en el beisbol para los que no estaban jugando. Para ese momento yo había escrito una obrita que le había gustado a Peñalver y quien, además, dispuso para ella algunas correcciones; se llamaba “Con la espalda al sol”, que luego con unos compañeros que me seguían las aguas y Carlos, se hizo el montaje. Y esa fue la despedida de los compañeros que se graduaban ese año. Imagínate, yo era un pelao´ de 18 años y era para mí una felicidad muy grande el que ya uno viera que se le está montando una obra y esas cosas. Fue exitoso.
-¿Y de qué trataba “Con la espalda al sol”?
Tenía buenas intenciones. Trata sobre los problemas de la violencia en el campo, quizás porque en esa época era un tema fundamental, dada las condiciones de la guerra liberal – conservadora.
-Peñalver, luego de la guerra civil, decidió volver a Europa a visitar sus amistades, estando en esas se encontró con el “Teatro del absurdo” ¿qué paso cuando volvió?
Trajo El Rinoceronte de Ionesco. Vino con una emoción muy grande. A estas alturas nosotros nos teníamos ni idea de lo que era el “Teatro del absurdo” y ni idea de quién era Ionesco; y él, que era un gran actor, leyó todos los personajes. Sobre todo porque El Rinoceronte es una obra muy actual, por cuanto trata de la masificación del hombre, lo que ahora llaman la globalización, en la que se pierde algo de la identidad de cada pueblo. Y trata sobre un personaje que un día se mira al espejo y nota que le ha salido un cuerno y sale preocupado de su casa después de afeitarse, para darse cuenta que en la calle todo el mundo tiene un también un cuerno, como un rinoceronte, entonces viene el problema en toda la ciudad, una ciudad X, en la que todos se han transformado en rinocerontes; como una metáfora de la globalización.
Entonces el vino entusiasmado explicando lo que era el absurdo: que no era un teatro con un argumento determinado, si no que era un teatro empeñado en contar cosas, sin contar una historia aparente, que además tenía lógicas oníricas y algunas vainas del surrealismo, pero que, sobre todo, tenía mucho que ver con la realidad, cosa que a nosotros nos impacto mucho. Y bueno, yo pienso que ahí fue que dije que lo mío era el teatro.
Incluso, como es lógico, se me vino encima el problema de la familia. Yo tenía que estudiar algo y tenía que salir de aquí (Cartagena) para poder estudiar lo que yo quería,  porque de todas formas las familias son tradicionales y piensan que uno se va a morir de hambre; Y si es cierto que se pasan dificultades, pero no me he muerto de hambre porque puedo decir que he vivido del teatro. Entonces me tuve que ir a Medellín a estudiar sociología.

Continúa la segunda parte...

No hay comentarios:

Publicar un comentario