En las nuevas dinámicas urbanas, donde hasta la identidad es una
mercancía con precio, ser Getsemanisese está limitado a tener una
propiedad dentro del barrio. En esta época, cuando dices "yo soy
Getsemanisense" te preguntan ¿Tienes
casa allá?... Cómo si éste no hubiese sido históricamente un arrabal donde decenas de familias vivían en grandes casas, callejones y pasajes. Getsemaní, el espacio habitado, nos pertenece a muchos, aunque
no tengamos un título de propiedad que lo avale.
Hace 58 años Daniel Lemaitre, contrato en su fábrica a cientos (290)* de
mujeres y hombres del barrio, y se solidarizó ante la situación de no
propietarios de sus obreros. Por eso les donó la tierra del actual barrio Daniel
Lemaitre. Sin embargo, no fue una solución para todos. Este siguió siendo,
el foco histórico de recepción de "los sin nada", de los que llegaban
un día a probar fortuna a Cartagena y se quedaban a establecer una familia. Getsemaní desde siempre fue un barrio con población radicada 'No propietaria' y con una
significativa población flotante.
La calidad de ser getsemanisense no puede medirse entonces con un título reconocido en un papel. Para serlo se necesita sentir identidad con un territorio donde se creció, se
luchó y se amó. Se necesita tener una simbolización interpretativa del mundo, tejida con las particularidades complejas que daba la convivencia.
Por ejemplo, el getesemanisense tenía una visión "céntrica" de la ciudad,
donde pasar más allá de Bazurto era ir demasiado lejos; aprendió a patinar y montar bicicleta en el parque Centenario; daba caminatas con sus enamorad@s en la Plaza; vivía peleado con los de
San Diego; sentía orgullo por los buenos beisbolistas y se emocionaba con los partidos de basquetbol de nivel profesional que habían
en el parque. El getsemanisense compartía con los locos, gamines, prostitutas y bandidos
como otros seres humanos...
Eso es divertido. Aún vemos como se conocen los "locos"
por su nombre, los saluda, y les hacen una broma. Los habitantes de los otros
barrios, -más normales- los evaden, los desconocen, los ignoran o les temen. El
Getsemanisense no, porque creció en un arrabal, en medio de bares, hoteles, callejones y parqueaderos de carretas. Por eso conversa con los carretilleros como un viejo amigo, o con el vendedor de pan, con el tintero, con el
lotero...Y vemos como a todos les “mama gallo”.
Hoy por hoy, cuando la tierra con mayor crecimiento inmobiliario del país está
en este barrio, ser Getsemanisense se mide con un objeto físico o con el acto
presente de habitar allí (sin historia); como si la identidad colectiva no
fuera la nos viene por haber compartido un espacio común, un territorio. Y como si no estuviera caracterizada
por estar en constante construcción y reconstrucción, en un proceso no terminado,
en permanente modificación.
Por eso, comparando con las pocas decenas de familia que quedan en el barrio,
somos miles los que cantamos, con todo el sentimiento y a viva voz: “Estoy orgulloso, de ser Getsemanisense”
(aunque no tenga el papel para probarlo).
La ciudad está en deuda con preservar
un patrimonio en vía de extinción.
Directora Karamairi
Fuente:
*Lemaitre, M.C (2001), Getsemaní,
El último ícono donde desembocan los vientos” Cartagena: Ed. Lealon
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