03 noviembre 2012

La identidad Getsemanisense, más allá de un título de propiedad.


    En las nuevas dinámicas urbanas, donde hasta la identidad es una mercancía con precio, ser Getsemanisese está limitado a tener una propiedad dentro del barrio. En esta época, cuando dices "yo soy Getsemanisense"  te preguntan ¿Tienes casa allá?... Cómo si éste no hubiese sido históricamente un arrabal donde decenas de familias vivían en grandes casas, callejones y pasajes. Getsemaní, el espacio habitado, nos pertenece a muchos, aunque no tengamos un título de propiedad que lo avale.


Hace 58 años Daniel Lemaitre,  contrato en su fábrica a cientos (290)* de mujeres y hombres del barrio, y se solidarizó ante la situación de no propietarios de sus obreros.  Por eso les donó la tierra del actual barrio Daniel Lemaitre.  Sin embargo, no fue una solución para todos. Este siguió siendo, el foco histórico de recepción de "los sin nada", de los que llegaban un día a probar fortuna a Cartagena y se quedaban a establecer una familia. Getsemaní desde siempre fue un barrio con población radicada 'No propietaria' y con una significativa población flotante.


La calidad de ser getsemanisense no puede medirse entonces con un título reconocido en un papel.  Para serlo se necesita sentir identidad con un territorio donde se creció, se luchó y se amó. Se necesita tener una simbolización interpretativa del mundo, tejida con las particularidades complejas que daba la convivencia.  


Por ejemplo, el getesemanisense tenía una visión "céntrica" de la ciudad, donde pasar más allá de Bazurto era ir demasiado lejos; aprendió a patinar y montar bicicleta en el parque Centenario; daba caminatas con sus enamorad@s en la Plaza; vivía peleado con los de San Diego; sentía orgullo por los buenos beisbolistas y se emocionaba con los partidos de basquetbol de nivel profesional que habían en el parque. El getsemanisense compartía con los locos, gamines, prostitutas y bandidos como otros seres humanos...

Eso es divertido. Aún vemos como se conocen los "locos" por su nombre, los saluda, y les hacen una broma. Los habitantes de los otros barrios, -más normales- los evaden, los desconocen, los ignoran o les temen. El Getsemanisense no, porque creció en un arrabal, en medio de bares, hoteles, callejones y parqueaderos de carretas.  Por eso conversa con los carretilleros como un viejo amigo, o  con el vendedor de pan, con el tintero, con el lotero...Y vemos como a todos les “mama gallo”.


Hoy por hoy, cuando la tierra con mayor crecimiento inmobiliario del país está en este barrio, ser Getsemanisense se mide con un objeto físico o con el acto presente de habitar allí (sin historia); como si la identidad colectiva no fuera la nos viene por haber compartido un espacio común, un territorio. Y como si no estuviera caracterizada por estar en constante construcción y reconstrucción, en un proceso no terminado, en permanente modificación.

Por eso, comparando con las pocas decenas de familia que quedan en el barrio, somos miles los que cantamos, con todo el sentimiento y a viva voz: “Estoy orgulloso, de ser Getsemanisense” (aunque no tenga el papel para probarlo).
La ciudad está en deuda con preservar un patrimonio en vía de extinción.


Por: Jazmín Piedrahita
Directora Karamairi
Fuente:
*Lemaitre, M.C (2001), Getsemaní, El último ícono donde desembocan los vientos” Cartagena: Ed. Lealon


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